“Todo lo que está estipulado en tu corazón debe iniciarse, comenzando por impartir Sacramentos y que tus manos consagren todos los días”.
Fue esto lo que María Santísima de la Soledad le dijo a Esteban el viernes anterior a la Cuaresma del 2005.
Esto suponía llevar un camino paralelo al de la Iglesia Católica.
No iba a ser fácil, pero cuando Nuestra Madre ordena algo, también proporciona los medios para que se pueda llevar a cabo.
Así, a día de hoy, estamos solo a unos pasos de que se nos conceda la legalización institucional como confesión religiosa, aunque huelga decir que la voluntad de Dios no necesita legalización ninguna para ser la que es.
María Santísima estaba pidiendo que se renovara el Camino de Nuestro Señor Jesucristo. No somos, por tanto, una “religión nueva”, sino que se trata de “revisar bajo un nuevo prisma todas las enseñanzas de Jesús”, las cuales se estaban anquilosando en la rigidez de las formas establecidas.
No hacen falta, pues, Evangelios nuevos, sino que se trata de dar al mensaje de Jesús la amplitud que realmente tiene. Nos gusta pensar que somos como un “caleidoscopio”, en el que cada persona que mire puede centrarse en la imagen que desee en cada momento, según su nivel de evolución espiritual. Esto no quiere decir que las bases en las que nos asentamos sean difusas, pues el mensaje de Nuestro Señor Jesucristo es solo uno: lo que quiere decir es que nosotros aportamos el ángulo de visión necesario para que cada persona encuentre la esencia que necesita en cada momento de su vida para ponerse en marcha y reencontrarse con Dios Nuestro Padre.
Con estas premisas, se pone en marcha El Camino del Arcoíris, cuya amplitud es tal que representa la unificación de todas las religiones, cada una de las cuales queda representada por los distintos colores del arcoíris.
Todas las religiones, los caminos espirituales y las distintas formas de profesar la fe tienen salvación pues, al final de todo, todo conduce a un mismo Dios.
Es por eso que consideramos como hermanos y como nuestros iguales a todas las personas, ya sean católicos, ortodoxos, musulmanes, budistas, evangelistas o lo que sea, aunque nosotros nuestras prácticas religiosas las realizamos conforme a la tradición judeo-cristiana-católica basándonos principalmente en los primeros cristianos.
Del mismo modo que constituimos la unificación de todas las religiones, consideramos que el amor de Dios es tal que no somos quiénes para negar los Sacramentos a nadie, con independencia de su credo, orientación sexual o estado civil.
Con respecto al divorcio, pensamos que la bendición de Dios que une al matrimonio dura lo que dura el amor entre la pareja y que una persona divorciada tiene el derecho a recibir los Sacramentos si así lo desea y seguir su camino hacia Dios sin importar sus circunstancias personales. Si un divorciado encuentra de nuevo el amor y desea que Dios bendiga su unión, Dios, como Padre bueno que es, la bendecirá y nosotros, como instrumentos suyos que somos, pondremos los medios para que así sea.
Con respecto a los homosexuales, pensamos lo mismo: ningún padre que se digne a llamarse como tal, se negaría a bendecir el amor de un hijo suyo, así que mucho menos nuestro Padre Amoroso del Cielo. El amor verdadero es igual de puro ya lo profese un hombre hacia una mujer, un hombre hacia otro hombre o una mujer hacia otra mujer, y Dios lo bendice sin excepción.
Por ello, en La Casa del Arcoíris decimos que “todos los corazones son bienvenidos”.
Todos estos argumentos se sintetizan en nuestro Credo:
“Le amamos, Señor, pues amamos a todos nuestros semejantes.
No discriminamos a nadie, ni por Credo, color o sexo, y amamos especialmente
a los marginados e incomprendidos del mundo, pues para todos es Su mensaje,
en especial para todos los necesitados. Nos basamos en su principal regla
que es el Amor y en darlo todo sin esperar recompensa,
pues Usted ya se encarga de nuestras necesidades.
Padre Celestial, Hacedor del Cielo y de la Tierra, Hacedor de todo lo visible e invisible.
Jesucristo hecho Dios encarnado en materia humana, que avive la llama de
Su corazón en el fondo de nuestra alma para que todos seamos una llama
que unida sea la llama del corazón de Jesús”.